Las aves (1881)

Fuente original: Las aves (Imprenta de Jose Garcia, 1881)
Ginés Alberola (1855-1935)
Variedades. Páginas 22-23-24

“El canto de los pájaros es la expresión de sus sentimientos. Ellos cantan no so­lamente por el placer particular que ex­perimentan, sino también por admirar y sorprender á quien los escucha. Después que han lanzado al viento y retenido en el bosque sus trinos armoniosísimos, pa­rece que se complacen, como graciosos artistas, en hacer alarde de sus talentos, al ver como miran á todos lados para cer­ciorarse del efecto que han producido sus armonías. Varían de canto según la esta­ción; pero nunca cantan con tanta sublimidad como en los primeros dias de la primavera, después de haber pasado del período crítico de su vida, de la muda, durante cuyo tiempo parecen sumidos en una profunda tristeza y en un continuo silencio. Entonces, revestidos de nuevo y más luciente plumaje, cuyos matices ri­valizan con las flores del campo que les circuyen, tórnanse de tristes y silencio­sos, en alegres y cantores. Se asocian á todos los ruidos y á todas las voces, á los cuales juntan sus poesías y sus ritmos salvages. Y por analogía, por contraste, completan los grandes efectos de la Naturaleza. A los sordos estampidos de las olas oponen los pájaros de mar sus notas agudas y estridentes; al monótono zum­bido de los árboles agitados por la brisa, la tórtola y cien pájaros más, dan una dulce y triste asonancia; al despertamien­to y al regocijo de las campiñas, responde la alondra con su canto; y en el silen­cio de la noche, cuando todo duerme en la Naturaleza, y solo despiertas se hallan las mudas y lejanas estrellas, lanza de su débil garganta el enamorado ruiseñor sus trinos y gorjeos, con tal arte, que más que el canto agorero de un ave, parece como una serenata sublime entonada allá en el cielo con entonación divina por los ángeles del Señor. Y así, de este inmenso concierto instrumental de la Naturaleza, de estos suspiros profundos que se esca­pan de sus pequeños pechos, de estos va­rios sonidos que resuenan con sublime resonancia en el Universo, resulta una música vocal y perdurable, cuyas vivas y flotantes voces despiertan en el alma del místico la fé, en la inteligencia del poeta la inspiración, en el pecho del guerrero el valor y el heroísmo, y en todos los hu­manos corazones el amor y el entusiasmo. Nuestros paisages aparecerían mudos y tristes, desiertos y sombríos sin estos graciosos habitantes del aire, que dan la animación y la vida á las campiñas y á las florestas. Guando en el silencio de la noche todo duerme en la Naturaleza, cuya vida parece para siempre suspendida, de pronto, oís los acentos salidos del espe­sor de los árboles, que se elevan al cielo como una protesta contra la muerte apa­rente de la animada Creación. Aseméjase entonces el canto de las aves á uno de esos gritos de dolor que se prolongan como un suspiro en el pecho. Pero más tarde, cuando las tinieblas de la noche, desaparecen como para abrir paso al bri­llante rey de los astros del cielo, y la bella luz de la naciente aurora aparece en el horizonte, y todo se vivifica, y todo se trasforma y todo renace sobre la tierra, los pájaros, unos se elevan á las alturas del espacio y se esconden entre las ceni­cientas y espesas nubes; otros, los más pequeños, revolotean, brincan y saltan de árbol en árbol y de rama en rama, lan­zando al viento sonidos de manifiesta ale­gría; aquellos, los más alegres, los sobe­ranos de la música, entonan dulces y ar­moniosas endechas, y todos á un tiempo parece como que elevan un himno de ala­banza y de reconocimiento al Dios de la Creación. ¡Qué variedad de tonos y qué brillante raudal de voces en sus parecidos diversos! ¡Qué encanto en esta especie de flores vivas y voladoras, que con sus expléndidos colores atraviesan y embelle­cen los aires!”

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Autor: Ginés Alberola (1855-1935)
Fecha: 21/03/1881