Sobre el ruido de las carretas (1830)

Fuente original: Cosas de España – El Pais de lo Imprevisto (ed. Jimenez Fraud, Madrid, 1845)
Richard Ford (1796-1858)
Coches. Página 121

Los carros en las provincias del noroeste son la plaustra, de sólidas ruedas, el romano tympana, que consiste en simples círculos de madera, sin radios, muy semejantes a piedras de molino o a queso parmesano: exactamente iguales a los usados por los egipcios, como vemos en los jeroglíficos, y sin duda alguna parecidos a los que enviara José a buscar a su padre, las cuales se usan por los habitantes de Afganistán y otros atrasados constructores de vehículos. Toda la rueda se mueve de una vez con un triste chirrido; los carreteros, cuyos oídos están tan embotados como sus dientes, son muy aficionados a este agudísimo chirrio (del árabe charrar, hacer ruido), al cual llaman música, y les agrada porque es barato y encuentran un placer en oírle. Escuchándola pueden figurarse que aullan lobos, braman osos o es el mismo diablo, como dice Don Quijote, pues la rueda de Ixión, a pesar de estar condenada al infierno, nunca se quejó más lastimera. El lúgubre sonido sirve, como las campanas de nuestros carreteros, para avisar a los otros, los cuales, en desfiladeros y en gargantas donde no pueden pasar dos carros, se guían por él para esperar hasta que el paso esté libre.

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Autor: Richard Ford (1796-1858)
Fecha: 21/09/1830